Comentario
Los franciscanos y la educación del indígena
Ahora bien, las personas que ejercían el oficio de historiador en los siglos XVI y XVII poseían una sólida formación humanística. ¿Dónde la obtuvieron los nahua novohispanos? En el Imperial Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, un centro creado por los franciscanos para dar una educación superior a los indios.
Aunque queda fuera de esta introducción tratar en extenso la apasionante historia de la escuela, debo mencionar brevemente las líneas básicas de su desarrollo, pues muchos aspectos de la Historia de la nación chichimeca sólo se comprenden a partir de los conocimientos aprendidos por Ixtlilxochitl en Santa Cruz.
Apenas finalizada la Conquista, fray Pedro de Gante, primo de emperador Carlos y pionero evangelizador del Anahuac, fundó una escuela en Tetzoco para enseñar las primeras letras a los niños mexicanos. Dos años después (1525), se establecía otra en la reconstruida ciudad de México. Pero los frailes seráficos no pensaban limitar su actividad pedagógica a la educación primaria. Así, tras recibir los poderosos apoyos del obispo Zumárraga y del virrey Antonio de Mendoza, los religiosos menores lograron llevar a la práctica uno de sus principales proyectos: la inauguración --el 6 de enero de 1526-- de un centro de estudios superiores para indígenas.
El Colegio de Santa Cruz estaba adosado el Convento de Santiago, sito en la ciudad gemela de Tenochtitlan, Tlatelolco, una urbe famosa en la época precortesiana por su calmecac20. Allí recibían instrucción un centenar de jóvenes nativos, quienes, obligatoriamente, debían pertenecer a la nobleza nahuatl21. Sin embargo, los franciscanos planeaban aumentar el número de educandos a trescientos, y aún esta cifra les parecía meaja en capilla de fraire (sic)22.
Los padres seráficos no escatimaron medios para hacer de Santa Cruz el mejor colegio del Nuevo Mundo, ya que todo el profesorado se había formado en las aulas de las prestigiosas universidades de París y Salamanca.
Tuvieron notables y gravísimos maestros; en la latinidad (después de Fr. Arnaldo de Bassacio) a Fr. Bernardino de Sahagún y a Fr. Andrés de Olmos, y en la retórica, lógica y filosofía al doctísimo Fr. Juan de Gaona, todos ellos excelentísimas lenguas mexicanas23.
El programa de estudios, bastante clásico, se centraba en el aprendizaje del Trivium (gramática, retórica y lógica) y en Cuatrivium (aritmética, geometría, astronomía Y música). A estas materias se añadía la lectura comentada de las Sagradas Escrituras, algunas nociones de teología y, cosa curiosa, la enseñanza de las prácticas medicinales indígenas. ¿Y la historia? Pese a que no se impartía tal materia, los alumnos estaban familiarizados con la ciencia de Clío, pues podían consultar la obra de Tito Livio y de los otros grandes de la historiografía latina en la biblioteca del colegio, la cual, según un documento de la época, era muy copiosa y de mucho valor24.
La rapidez y perfección con que los jóvenes indios asimilaron los pilares de la cultura europea asustó a quienes pensaban que al indio le bastaba con saber unas cuantas oraciones. Jerónimo López, consejero del Virrey, recogió esta opinión en un escrito donde criticaba con dureza la obra de los padres seráficos.
El tercero [yerro de los franciscanos fue] que tomando muchacho para mostrar la doctrina, en los monisterios llenos, luego les quisieron mostrar leer y escribir; y por su habilidad, que es grande y por lo que el demonio negociador pensaba negociar por al1í, aprendieron tan bien las letras de escribir libros, puntar, e de letras de diversas formas, que es maravilla verlos... Quinto, que no contentos con que los indios supiesen leer y escribir puntar libros, tañer flautas, chirimías, trompetas e tecla, e ser músicos, pusiéronlos a aprender gramática. Diéronse tanto a ello e con tanta solicitud, que había mochacho y hay de cada día más que habían tan elegante latín como Tulio...25.
Los partidarios de negar a los nativos el acceso a la educación superior ganaron finalmente la partida y el Imperial Colegio, asfixiado económicamente y condenado por las altas esferas políticas y eclesiásticas del virreinato, tuvo que cerrar sus puertas en 1580.
El P. Garibay, ese sabio conocedor de las cosas mexicanas, apuntó como probable causa del fracaso de Santa Cruz la ausencia de objetivos claros.
No se quiso --escribe-- hacer de estos indios sacerdotes y no se podía aprovechar en otros ámbitos el cúmulo de conocimientos que se les transmitía26.
Otros historiadores, por el contrario, afirman que la finalidad última del centro era la formación de un clero indígena.
Personalmente, la respetable opinión del padre Garibay no me parece correcta. Los franciscanos sabían muy bien cuáles debían de ser los objetivos de Santa Cruz y, desde luego, entre éstos no se incluía para nada el tema del sacerdocio, pues los padres menores tenían muy presente que la Iglesia sólo admitían en el Orden Sacerdotal a los conversos de quinta generación.
Desde que los franciscanos pusieron pie en el territorio de la Nueva España, toda su actividad giró en torno a un ambicioso proyecto político-religioso: la erección de una República Indiana regida por los padres seráficos. De acuerdo con el simplista y utópico pensamiento de los frailes, esta teocracia, inspirada en el reformismo apocalíptico del herético Savonarola, estaría vinculada nominalmente a la Corona castellana por la figura de un virrey; pero el gobierno efectivo de la comunidad recaería en los seguidores del Poverello de Asís. Los cargos intermedios serían desempeñados por los descendientes de los pipiltin o nobles nahuatl.
El Imperial Colegio de Santa Cruz respondía, pues, a necesidades muy concretas: la formación de un selecto cuerpo de funcionarios indígenas27.
El fracaso del plan supuso la decadencia de Santa Cruz, puesto que los destinos del Colegio dependían del éxito de la utopía seráfica. Pero la semilla plantada no se perdió. De las aulas del centro salieron magníficos latinistas, retóricos, traductores, amanuenses y, sobre todo, un brillante plantel de historiadores, cuya enumeración sería larga28. Uno de ellos, el más importante, se llamó Fernando de Alva Ixtlilxochitl.